Me entrego al delirio de
la locura celestial, otorgo al infinito mis ansias de encontrarte, me
entrego al lento trabajo del tejedor que busca en su telar el dulce
aroma de la obra inacabada. Tapiz de mis deseos, adornas con ello el
salón de mi alma. Patroclo de mi horizonte, Hefestión de mi vida,
Penélope paciente y fiel, Juno de mi paternidad, Hera de mi
naturaleza celosa y vengativa, pasión de Eros y lujuria inmortal,
amado pecado sin fin alguno. Daga mortal que hunde su afilada punta
en el corazón ya muerto de Píramo. Creo no existir al no hallarte.
Pero mi respiración entrecortada anuncia una verdad inconfundible,
estoy ahí. ¿Y tú? Los Anemoi no te encuentran y postrado ante Eolo
mis suplicas se pierden en la lejanía. Cálida religión, profano de
todo lo que me rodea te adoro en cada parpadeo, y creo reconocerte en
cada pausa consciente. Hecha por mis manos te conviertes en la
alfombra más bella del orbe, sucumbes a los encantos de mil colores
danzarines que adornan mis sesgadas esperanzas de verte. ¿Dónde te
escondes?
Un pueblo perdido en la
lejana Persia, furibundo marrón que lo corroe todo como si fuera
uno, el silencio se adueña de aquel que lo visita y el sol, astro
abrasador de aquellas tierras te destierra al reino de las sombras
que se convierten en caliginosas acogidas del visitante inesperado.
El sueño siempre es el mismo. Desciendo por las escaleras de piedra
al habitáculo lúgubre que corona la vivienda. Rastreo todo en
derredor mío y no hallo nada de particular, excepto el telar
vertical que infunde a la casa algo de razón. El viejo dueño ni ha
pestañeado por mi sola presencia, no soy digno de él. Aun así me
acerco lo suficiente como para oírle tatarear una vieja melodía
árabe incomprensible para mí. Todo es tan extraño… Me habla y no
le entiendo en absoluto. Sonríe. Le faltan muchas piezas dentales, y
los huecos de la boca ahondan en su ya ajada decrepitud. Me ofrece té
y bebo por cortesía. Vuelve a su trabajo de tejedor aburrido en el
tiempo y llora. La lágrima, su lágrima penetra haciéndome un nudo
en el estomago, no estoy nada cómodo. Miro el tapete creado, su
kenareh es hermoso, el medallón central anuncia el nacimiento de una
mujer. Pasa el tiempo. Petrificado ante aquel escaparate de vida
manual me niego a abandonar algo tan majestuoso. Las horas
transcurren una tras otra. Sin sueño, mis ojos no ocultan una cierta
satisfacción en medio de tanto frenesí. La noche es cerrada excepto
por el velón cuya tenue luz alumbra el trabajo continuo y paciente
del creador. El viejo termina, suspira y queda hechizado frente a
tanta belleza, asume su tristeza, levanta los ojos nuevamente y
retira del arcaico telar vertical la alfombrilla cuya imagen esconde
a una mujer lozana de hermosísimos y grandes ojos negros. El
silencio es absoluto y oscuro, como la noche. Se levanta y me la
ofrece, ابحث
عنه,
ابحث
عنه ¡encuéntrala!,
¡encuéntrala! y rompe a llorar. ابحث
عنه,
ابحث
عنه ¡encuéntrala!,
¡encuéntrala…! Agazapado en la esquina de su mísera vivienda se
acoge al dolor de su voz repetida una y otra vez. Sus manos
agrietadas y marchitas por el paso de tantos años conforman un
escudo protector de su mustia cara traduciendo el delirio de quién
busca palabras que no existen en boca de nadie. Pobre desdichado.
Despierto sobrecogido,
tanteo en la oscuridad de mi habitación el reloj y miro la hora: las
cuatro y cuarenta y siete minutos de la madrugada. Demasiadas noches
sin dormir y no consigo conciliar el sueño. Me levanto, la cafetera
y su silbido ferroviario me anuncian que el café está a punto. Lo
tomo con leche y especialmente caliente. Abrazo el tazón y su calor
da vida a mi cuerpo en esta fría noche de finales de febrero. A mi
lado guardo como oro en paño en el interior de un arcón regalo de
mi hermana, fotos de ella, de ambos, fotos tontas y sin ningún valor
artístico, cartas con infinidad de Te quieros, un mundo que me
parece lejano, muy lejano en el tiempo. Manirroto y pródigo. El
viejo tejedor soy yo, lo llevo asumiendo sin querer un año tras
otro. Tozudo ante la cruel realidad sentimental que aborda mi vida,
el sempiterno sueño se empeña en demostrarme que como aquel
conturbado artesano ella jamás aparecerá. He transformado mil te
quieros en mil alfombras urdidas todas ellas con los más hermosos
tejidos conocidos, con motivos tan espectaculares como imposibles. He
dado mil tapetes a otros mil forasteros suplicando un ابحث
عنه,
ابحث
عنه ¡encuéntrala!,
¡encuéntrala!
Te he amado, te amo y te
amaré… Eternamente. El sueño que multiplica su ilusión noche
tras noche no va a conseguir doblegarme. Ni la realidad hermanada con
tal fantasía podrá siquiera someterme a sus funestas predicciones,
porque te amo vida mía. Para el mundo exterior será una quimera,
una tontería mayúscula, un loco desviado de lo real… lo sé. Pero
para mi mundo interior, para el motor que mueve mi vida, para mis
Dioses profanos, Tú, solo Tú… eres lo único que mantiene vivo
este corazón.
Te he amado, te amo y te
amaré… Eternamente.
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